TEMPLARIOS, un manantial que no cesa

 

La orden de los caballeros templarios ha sido, desde su trágico final hasta nuestro días, la herencia más apetecida de cuantas órdenes religiosas o militares existieron en el mundo. Asociaciones, órdenes, hermandades, cofradías, instituciones, fundaciones... Un sin fin de entidades más o menos seducidas por la historia de estos soldados de Cristo han pugnado entre sí por demostrar que ellos y nadie más que ellos son los auténticos sucesores de sus desaparecidas milicias.

Recomendable sería aconsejar aquí a cuantos andan buscando el espíritu perdido del temple, sobre todo a los más jóvenes, que sean muy cuidadosos a la hora de elegir grupo o asociación que pregone esta sucesión, pues la historia nos ha dejado noticias de comportamientos peligrosos unos, regulares otros e incluso algunos, aunque por desgracia sean más escasos,  convenientemente provechosos. Y si como muestra vale un botón, tal como dicen por mi pueblo, vean ustedes a continuación algunos ejemplos de estos comportamientos:

En el año 1925, Hitler concede plenos poderes a Himmler para que funde las Schutzstaffel, más conocidas como las SS.

Himmler, que desde su juventud había estado seducido por la organización y disciplina de las dos órdenes más bravas que lucharon en Jerusalén, los templarios y los teutónicos, de cuyas extraordinarias batallas había quedado prendado el reichsfürer o comandante nacional de la SS, origina esta siniestra corporación a partir de la regla de los templarios y la dota de la misma disciplina y del mismo espíritu de lucha y de sufrimiento que esta extinguida orden acataba. Después se nombra a sí mismo Gran Maestre de la recién instituida orden, y desde ese mismo instante cree que ha sido revestido por gracia del Espíritu Santo de los Supremos poderes y se figura, asimismo, que todas sus decisiones son inspiradas por Dios.

Cuando se expande el pensamiento de que la raza germánica es superior a todas las demás, y que hay razas que por sus imperfecciones no son dignas de habitar en este mundo porque se corre el peligro de que la raza inferior pueda enlazarse con la superior e ir de esta forma degenerando la raza aria, la SS se pone en movimiento y lleva a las cámaras de gas a más de 10 millones de personas cuyos únicos delitos fueron ser judíos, gitanos, negros, eslavos o latinos.

En contraposición a lo que acabamos de revelar, nos encontramos con otro personaje histórico: Henry Dunant, una persona que también en su niñez había leído todo cuanto había caído en sus manos sobre las Cruzadas y en especial sobre la orden de los caballeros templarios. Y digo que fue en especial sobre esta orden, porque a través de sus lecturas descubrió este señor que los templarios fueron los primeros en habilitar médicos para que atendieran a los heridos en los campos de batalla.

Los templarios, como algunos de ustedes ya sabrán, fueron los primeros en admitir en su orden hermanos sirvientes. Maestros en todos los oficios fueron incluidos en sus filas con el grado de hermanos legos. Hay documentos que acreditan que en sus conventos trabajaban cientos de experimentados artesanos, agricultores, apicultores, carpinteros, constructores, herreros..., y, como es natural, médicos cirujanos.

La jefatura del temple llegó a la conclusión de que si se colocaba presencia médica en el campo de batalla, los soldados, al saberse atendidos en caso de ser heridos, lucharían con menos temor. Pensaron que era bueno y necesario apostar esta clase de sirvientes con el propósito de que se ocuparan de los heridos en las diversas batallas, sabiendo, además, que muchos de ellos, al ser curados de una herida no muy grave, seguirían luchando hasta el final y no se mantendrían apartados.

Según el número de soldados que luchaban, así era el número de médicos que esperaban en retaguardia para, cuando veían caer a un templario o eran llamados por ellos, salir corriendo para transportarlo a lugar seguro y comenzar a curarlo. Es decir, que al servicio de cada compañía había un médico. Una compañía estaba compuesta por el caballero más antiguo en su calidad de capitán, acompañado de su escudero;  cuatro caballeros más modernos que el anterior en calidad de tenientes, acompañados de sus escuderos; cuatro sargentos y veinte soldados. 

Estos médicos, que vestían el hábito negro de los legos, portaban en su mano una banderola que, en el fragor de la batalla, agitaban continuamente para que los caballeros y soldados heridos pudieran verla y saber donde se encontraba su médico. El banderín llevaba bordada la cruz roja del temple en fondo blanco tal como nos muestra el dibujo que adjuntamos.  Cuya simbología correspondía a la cruz que distinguía a esta orden y al hábito blanco que sus caballeros vestían.

Una vez explicado  lo anterior, retomemos nuevamente a Henry Dunat: El día 24 de junio del año de 1859, este señor fue testigo de la masacre que las tropas francesas mandadas por napoleón produjeron en la población de Solferinos contra las tropas austriacas. Le vino entonces a la memoria todo cuanto había leído sobre los médicos templarios, y tuvo la gran idea de perseverar desde entonces para que se creara un grupo de médicos que atendieran a los heridos en los campos de batalla por razones humanitarias.

Para que el mundo pudiera darse cuenta de cuánto dolor sufría el soldado que caía herido y que tenía que soportarlo durante horas, e incluso días sin que nadie le atendiese, escribió un libro que tituló: «Recuerdo de Solferino», y en él pormenorizó los espeluznantes detalles de los que él fue testigo. El libro dio los frutos apetecidos y, de esta forma, Henry Dunant pudo crear La Cruz Roja Internacional, basando su fundación en aquellos médicos templarios que tanto respeto habían infundido en su espíritu cuando de joven los descubrió en las páginas de un libro, y dándoles el mismo distintivo que habían portado en los campos de batalla: La cruz roja sobre fondo blanco.

Aunque autores hay que dicen que el escudo de la Cruz Roja fue tomada de la Bandera de Suiza, por haber nacido su fundador en Ginebra, no es lógico que esto sea afirmado, ya que la bandera de Suiza es una cruz blanca sobre fondo rojo, o sea, justo al revés de cómo se eligió para que fuese representada.

 

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