ASEO PERSONAL Y LIMPIEZA
DOMÉSTICA EN LA 
EDAD MEDIA

SEGÚN LA CIENCIA MÉDICA
Tanto en aquellos tiempos como en estos, la ciencia de la medicina era la que, a través de los galenos, nos daban las pautas del comportamiento que debíamos observar para mantenernos sanos.
La ciencia médica mantenía la falsa creencia de que, al bañarnos, algunos diminutos parásitos que en el agua viven y se reproducen, podían penetrar por entre los poros de la piel que protege ciertas partes del cuerpo humano, como el hígado, los pulmones, el estómago o los testículos, y lograr dañarlos hasta el punto de hacerlos enfermar gravemente.
Por ello, y aunque hoy no lo creamos, desde la antigüedad más remota los médicos recomendaban a sus pacientes que evitasen el baño y, en caso de tener que asearse por necesidad extrema, lo hiciesen con paños de agua caliente.
Tenían la errónea creencia de que la capa de suciedad que se produce por la falta de aseo protegía al individuo de graves enfermedades.
El primer texto sobre la patología científica occidental, escrita por un médico llamado Alcmeón de Crotana (hacia el año 500 antes de J.C.), dice que “a veces se producen graves enfermedades por bañarse en ciertas aguas. Que es necesario hervirlas muy bien antes de bañarse en ellas porque lo muy caliente mata los pequeños gusanos que residen en ellas”.
Esta creencia estuvo en vigencia durante muchos siglos. De ahí que los romanos de clase alta, gente más refinada y evolucionada que los pueblos que conquistaban, distinguieran sus baños como “termas”, o sea, baños de agua caliente. Agua que era recogida hirviendo de las zonas volcánicas y canalizadas luego hacia las termas donde, después de un trayecto de unos diez o quince minutos, llegaba a los baños templada.
La regla de san Benito, acogida y observada durante cientos de años por la mayor parte de las órdenes monásticas que han existido, en el Capítulo XXXVI, cuyo título es “De los Hermanos enfermos”, dice, entre otras cosas, lo siguiente: “…para los Hermanos enfermos haya un local aparte atendido por un servidor temeroso de Dios, diligente y solícito. Ofrézcase a los enfermos, siempre que sea conveniente, el uso del baño hirviente; pero para los sanos, especialmente a los más jóvenes, prohíbanselo o, en caso de necesidad, permítanselo más difícilmente…”
Pero ¿por qué el baño estaba solamente autorizado y aconsejado para los enfermos? Si una persona podía enfermar por bañarse en agua fría, siendo causada su afección por ciertos gérmenes patógenos que anidaban en el agua, el que sufría alguna clase de enfermedad podía curarse bañando su cuerpo entero en agua caliente. La enfermedad, cualquier clase de enfermedad —y en eso no estaban muy equivocados—, la mayoría de las veces era causada por organismos externos que entraban en nuestro cuerpo. Existía la creencia de que, el agua caliente, a una temperatura que el cuerpo pudiese resistir, mataba cualquier entidad que hubiese ocupado alguna parte u órgano de nuestro cuerpo.
SI POSEÍAN MEDIOS
PARA CALENTAR EL AGUA ¿POR QUÉ NO SE BAÑABAN?
Visto este problema con los ojos de cualquier persona que viva en nuestro cómodo mundo, donde solo tenemos que abrir un grifo para obtener al punto agua caliente y graduable, la primera pregunta que surge es ¿por qué aquella gente era tan guarra? ¿Por qué no se bañaban?
Veamos cuál era su problema: el agua no era corriente, como es natural y lógico. Para obtenerla tenían tres medios: si vivías a distancia prudencial de un río debías acarrearla en cubos hasta tu casa. Y lo debías de hacer muchas veces durante el día porque había que abrevar el ganado, llenar tinajas familiares para beber y, a veces, cuando las nubes se olvidaban de las cosechas, transportarla para dar precarios riegos de emergencia…
El segundo medio era poseer un pozo excavado con mucho esfuerzo y perseverancia por los moradores de la casa.

POZO
Y en aquellos lugares donde el nivel freático no era demasiado alto para encontrar agua, el tercer medio era tener un aljibe, o sea un depósito subterráneo excavado en la tierra conectado mediante cauces de arcilla a los canalones de los tejados de las casas. De forma que, cuando llovía, el agua que resbalaba por los tejados iba directamente al interior del aljibe… Y ahora surge otra pregunta: ¿si tenían agua para todos esos menesteres, por qué no la calentaban para bañarse?
Los árboles que rodeaban las casas, los que crecían en el monte o en el frondoso bosque, eran propiedad del señor del lugar; y los animales, desde los más grandes hasta los más pequeños, también. Un decreto firmado y sellado por el rey solía ser pregonado casi diariamente por un funcionario del concejo del lugar. Dicho decreto advertía muy seriamente que, por orden del monarca, la persona que fuese sorprendida talando árboles sin permiso de su señor o cazando furtivamente, se le cortaría la mano derecha si era la primera vez, y lo dejarían sin manos si reincidiese.
Miles de personas pasaban frío durante el invierno por falta de leña. Su único derecho era quedarse con los chupones de los árboles que podaban, esos vástagos que parasitan en las ramas principales, en los troncos e incluso en las raíces de los árboles frutales, y les chupan la savia amenguando y dañando el fruto; también podían recoger durante todo el año las ramas secas y muertas que se desprendían de los árboles. Pero los delgados chupones, y las consumidas ramas recogidas por los montes y los bosques, apenas eran suficientes para cocinar. Era mucha gente para buscar, y poco lo que se encontraba.
No obstante, cuanta mayor era la necesidad del vasallo más provecho obtenía el amo. De esta forma, el señor del lugar mantenía siempre limpios los montes, los valles y los frondosos bosques donde usualmente iba a cazar, acompañado, a veces, por importantes e ilustres señores venidos de la corte expresamente para complacer su ego cobrando alguna presa grande.
ASEO PERSONAL Y LIMPIEZA DOMÉSTICA
En cuanto a la limpieza doméstica, y el aseo personal, en el primero simplemente se usaba la escoba, y en el segundo, solamente a la mujer se le toleraba que dos veces a la semana calentara agua en un pequeño recipiente para lavar sus íntimas partes. Algunos hombres podían nacer y morir —habiendo tenido una larga vida—, y no haberse bañado nunca… Cosa que no ocurría únicamente con los plebeyos, sino también con la clase alta e incluso con reyes. Sin ir más lejos, y por poner un ejemplo, el rey Luis XIV, a pesar de haber pasado a la historia siendo conocido como “el rey SOL”, durante sus setenta y siete años de vida, solo se bañó dos veces.


PILASTRA
Dos de los objetos, de los muchos que se utilizaron, usados por las mujeres para lavar sus íntimas partes. El de arriba es una pilastra que los mismos maridos tallaban en una piedra apropiada. Era usado fuera de la casa. El de abajo es una zafa de cerámica que estaba hecho para que encajase perfectamente en el agujero del retrete. De esta forma, la mujer podía efectuar la limpieza de una forma más reservada e íntima.

ESCOBA DE LA ÉPOCA ZAFA
¿COMO PODÍAN CONVIVIR OLIENDO TAN MAL?
Autores hay que aseguran que las personas de aquellos tiempos podían vivir de esa forma porque se les había atrofiado el sentido del olfato; pero yo creo más bien que al nacer y morir bajo el hedor que exhalaba el cuerpo humano, y no conocer otro, lo daban como normal. De hecho, los bodegueros, por ejemplo, podían distinguir, con solo olerlo, entre una gran variedad de vinos; los matachines, las plantas aromáticas y el condimento que a cada clase de embutidos se le debía poner. También sabían distinguir por el olor, la carne y el pescado que estaba echado a perder y no era apto para el consumo. Lo que nos lleva a pensar que no solamente los que practicaban un oficio podían usar el olfato como herramienta, sino todo el mundo.
De todas formas, aunque fuese poco, algo de olor sí que habría porque cuando los franceses comenzaron a elaborar sus aguas perfumadas en el siglo XVII, tuvieron bastante éxito. No eran gran cosa estas aguas. Estaban elaboradas con peladuras de naranja, limón, mandarina, flor del azahar, jazmín, romero, y otras muchas flores y hierbas olorosas. Las dejaban macerar durante un tiempo en agua, y después las metían en botellitas que se vendían muy bien.
Aunque conocía el oficio de perfumista por haberlo aprendido de sus descendientes, de este hecho se aprovechó un italiano que vivía en la ciudad de Colonia (Alemania) llamado Juan María Fariña. En el año 1708, registro a su nombre, como si él lo hubiese inventado, un agua perfumada a la que le dio el nombre del AGUA DE COLONIA y comenzó a comercializarla. Hay una carta que este le escribe a su hermano de la cual sacamos el siguiente párrafo: "He descubierto un perfume que me recuerda los amaneceres de Italia. Las flores de las montañas, los azahares de los naranjos justo después de la lluvia..."
En la actualidad esta agua todavía se sigue vendiendo con el mismo éxito que antaño. Y se llama "Agua de Colonia" porque fue en la ciudad de Colonia donde vio la luz por primera vez.
FALSAS CREENCIAS
Se dice, e incluso se escribe en libros publicados por editoriales de mucho prestigio, que la gente, en aquellos tiempos, tiraba los excrementos a la calle. No es verdad. Admito que el agua sucia si era echada a la calle, advirtiendo antes aquello de “agua va”, pero niego rotundamente que tirasen los excrementos, entre otras cosas porque este sucio acto estaba penado con ingentes multas y graves castigos.
Todas las casas poseían un retrete en el exterior de la vivienda como el que se da a conocer en el siguiente diseño.

RETRETE
Eran cabinas de madera transportables. De modo que, cuando se llenaba el agujero que solían excavar para recoger los excrementos, lo tapaban después muy bien y excavaban otro. Sobre el nuevo agujero colocaban cuidadosamente la misma cabina que había estado cubriendo el anterior, y ya, hasta más o menos pasados dos o tres años, según los miembros que habitasen la vivienda, no había necesidad de repetir el cambio. Los excrementos que quedaban enterrados en el anterior, después de ser bien cubiertos con tierra gruesa y reforzados para evitar accidentes, servían posteriormente para abonar las tierras. Esperaban un año, poco más o menos, que era el tiempo que los excrementos necesitaban para endurecerse y forma cuerpo, y después los sacaban con una pala y los transportaban con un carretón de madera al lugar donde tenían la tierra ya preparada para ser abonada.
El problema que tenían estos retretes era que, ya fuese verano o invierno, nevase lloviese o hiciese aire, era muy duro y molesto dejar la cama y salir a media noche o de madrugada para hacer las necesidades. De ahí que, dada la necesidad, algún alfarero avispado se le ocurriese la idea de crear un orinal para no tener que abandonar la habitación en ninguna estación del año.
Damos fe de que estos excrementos eran echados en el retrete por el valor que tenían. El abono era muy necesario para tener las tierras bien preparados para las próximas cosechas, y la fosa de un retrete tardaba bastante tiempo en estar preparada y llena… Eran épocas en que nadie podía permitirse el lujo de desperdiciar nada.