Alguien,
no me acuerdo quién, comentaba el otro día en este Consejo de Redacción, que
quería conocer cómo era el rito de la misa mozárabe porque estaba seguro de
que los caballeros templarios eran asiduos oyentes de ella.
Históricamente
no hay forma de saber si la misa mozárabe fue o no fue seguida por los soldados
del temple, pero lo que sí podemos saber con histórica certeza es que estos míticos
caballeros escuchaban con bastante continuidad la misa bajo el rito armenio
porque a esta práctica se acostumbraron durante el largo tiempo que estuvieron
salvaguardando los santos lugares.
El
Evangelio en Armenia fue predicado por los apóstoles Bartolomé y Tadeo,
quienes debieron de ser muy persuasivos porque Armenia tiene el alto honor de
haber sido el primer país del mundo que acogió en su seno el cristianismo como
religión oficial. Este llamativo acontecimiento ocurrió en el año del Señor
de 301. 
Los
países cristianos, por lo del amor y por aquello de que hay que poner siempre
la otra mejilla, fueron muy apetecidos por reinos conquistadores. Y así fue
como, a mediados del siglo XI, los bizantinos invaden el territorio armenio y,
después de batallas y presiones, logran ocupar gran parte del territorio.
Algunos caudillos armenios para evitar la lucha negocian con el emperador
bizantino y, de esta forma, a cambio de su tierra reciben otra en un lugar más
alejado. Uno de estos dirigentes obtiene las tierras de Cilicia, cerca de Tarso,
donde san Pablo nació. Allí se establecieron y allí estuvieron viviendo más
de trescientos años, preferentemente en los lugares escondidos de las montañas.
Durante
los más de trescientos años que duró el reino de Cilicia bajo el gobierno de
los armenios, se sabe que éstos colaboraron primero con los cruzados, cuya
contribución reforzó los lazos de amistad entre los reyes europeo y los príncipes
armenios, y, así mismo, se sabe también que ayudaron después con dinero o
posesiones a todas las órdenes militares que fueron pasando por aquellas
sedientas tierras, entre las cuales estaba la orden de los caballeros
templarios. 
Así,
pues, no es de extrañar que existiendo amistad y relación católica entre los
armenios de Cilicia y sus inmediaciones y los caballeros templarios, asistieran
estos últimos en muchas ocasiones a sus bellos ritos eclesiásticos. Ritos que
se perdieron en el tiempo y que hasta el año 1834 no volvieron a refrescarse de
la mano del pontífice Gregorio XVI, quien por mucho empeño que puso en que el
rito tomara nuevamente actualidad no lo pudo conseguir. Pero, aunque no lo
consiguió, sí es verdad que fue él el que puso la primera simiente para que
el rito brotara con todo su esplendor. 
En
el año 1867 los obispos armenios, a la vista del cable que Gregorio XVI le había
echado, presentaron al Papa Pío IX una súplica rogándole tomase a su cargo
esta obra, en la cual ellos fundaban las mejores esperanzas para el país
armenio. Sin embargo, nuevas dificultades se opusieron a su realización. Fue a
nuestro padre León XIII a quien le cupo el honor de llevarlo a cabo. 
La
primera misa concelebrada bajo el rito armenio fue oficiada por su eminencia el
cardenal Hassoun. La majestad de este rito fue notable por la asistencia de los
arzobispos y obispos de todos los ritos.  Y
la misa, que es entrañable, se celebró de la siguiente manera:
ENTRADA EN LA
IGLESIA. Bajo
el dintel de la iglesia su Eminencia fue acogido por los arzobispos y obispos
del rito oriental, y recibió los homenajes de siete diáconos sirvientes y de
los alumnos del nuevo colegio armenio, los cuales estaban revestidos del gran
roquete oriental. Allí se le llevó el Pilón o capa de púrpura, presentada
por el maestro de ceremonias. El cardenal se dirigió hacia el altar del santísimo
Sacramento y oró un momento. Después su Eminencia tomó su lugar en medio del
presbiterio (el coro) en el trono, cubierto con un baldaquín, y allí se vistió
con los parámetros sagrados para la Misa pontificada, teniendo en la mano
derecha la cruz y en la izquierda el báculo patriarcal, el cuál tiene encima
un globo.
LA PREPARACIÓN.
El Santo Sacrificio comienza por la confesión, que el Cardenal hace a los pies
del altar. Es el momento en que su Eminencia se vuelve hacia sus asistentes a
las palabras que corresponden  en
latín a «vobis fratres», y en su calidad de decano de los obispos del rito
armenio, recita en alta voz el «Misereatur».
INCENSACIÓN.
Se abre la cortina. La gran procesión de la incensación
se pone en marcha alrededor de la iglesia. El crucifijo marcha a la cabeza 
en medio de los acólitos llevando cirios; vienen enseguida de dos en dos
los clérigos, todos los arzobispos y obispos asistentes y demás sirvientes,
llevando las diversas formas de báculo pastoral usado en el Oriente por los
curas, los obispos y los patriarcas. Por último el Cardenal celebrante llevando
en la mano izquierda el candelabro de tres luces, símbolo de la santísima
trinidad, y en la derecha el incensario, con el cual inciensa los altares y
todas las imágenes de la iglesia.
EL EVANGELIO Y
EL CREDO. La
procesión vuelve al altar mayor y se entona el himno «Sanctus Deus». Uno de
los diáconos presenta el Evangelio al más antiguo de los Arzobispos, el cual
besa el libro. Después del canto del Evangelio y el Credo, se baja de nuevo la
gran cortina y el Cardenal celebrante cambia de ornamentos, es decir, que
dejando las vestimentas de color blanco, se viste de púrpura sin humeral ni
mitra. Recibe el cáliz y la patena con hostia llevada procesionalmente de la
mesa de las oblaciones por los diáconos y servidores, y se coloca sobre el
altar.
EL BESO DE PAZ.
Se anuncia el saludo de paz, que en el rito armenio tiene lugar antes de la
consagración. Todos los obispos asistentes que están alrededor del presbiterio
se acercan al altar, según el orden de su promoción, y su Eminencia los abraza
uno a uno. Mientras, el arcediano, que desempeña las funciones de turiferario,
dirige a los diáconos y clérigos hacia el altar para que lo besen y den la paz
al presidente del colegio armenio.
EL CANON. En
este preciso momento tiene lugar la Consagración
e invocación del Espíritu Santo. El Cardenal hace conmemoración del Romano
Pontífice, y responde al coro de diáconos.
EL PATER NOSTER
Y LA ELEVACIÓN.
El clero canta el Pater noster, y
concluida la oración dominical, el celebrante teniendo en sus manos la Especie
consagrada, se vuelve de nuevo al pueblo y lo bendice. Se baja la cortina
interior para la consumación del santo Sacrificio.
LA COMUNIÓN, ÚLTIMO
EVANGELIO Y LA BENDICIÓN.
En el momento de la comunión todos los alumnos del nuevo colegio se acercan a
la sagrada Mesa. Después el celebrante, que se ha revestido nuevamente con el
velo humeral y la mitra, lee el último Evangelio. Termina la ceremonia dando a
todos la bendición en nombre de la Santísima Trinidad.