Con motivo de la reciente aparición de mi último
libro: “El evangelio de la hermana de Jesús”,
he tenido la inmensa dicha de haber recibido de algunas de las personas que ya
lo han leído opiniones muy variadas. Desde estas páginas les doy mis más
proclamadas gracias porque quiero que sepan lo mucho que yo he aprendido leyendo
sus manifiestos... Todas ellas tuvieron la cortesía y la vergüenza de mandar
sus escritos acreditados con sus nombres y apellidos, y eso es cosa que yo
admiro y agradezco porque indica sensatez y buena fe... Hubo tres escritos, sin
embargo, que llegaron a mi poder enmascarados, es decir sin nombre, sin
apellidos y sin ningún signo o evidencia que pudieran confirmar la buena fe de
sus expedidores... De estos, como podréis comprender, lo único que he
aprendido es que todavía hay desgraciadamente personas cobardes y pusilánimes
que se escudan en el anonimato para atacar por la espalda a quienes imaginan erróneamente
que somos sus enemigos... Y como no tengo forma de hacerles llegar mis
objeciones, tendré que hacerlo desde estas páginas porque estoy seguro de que
las van a leer con esmerada atención. Como por razones obvias no puedo
contestar a los tres escritos, sólo lo haré con uno como si fuera a los tres.
Dejando bien claro que está será la primera y única vez que doy importancia a
algo no la tiene, pues lo que carece de identidad no es digno de ser tenido en
cuenta:
Dice usted que los evangelios apócrifos no tienen ningún valor porque
la Iglesia los ha rechazado. Que los únicos evangelios que tienen valor ante
quienes se llamen católicos son los canónicos porque fueron elegidos por la
Iglesia bajo la inspiración divina... Y sigue usted diciendo más adelante, después
de insultarme dos veces,
que la Iglesia nunca se puede equivocar porque está
asistida por el Espíritu Santo... No sé quién será usted, pero sea usted
quien sea, quiero decirle con muchísimo respeto, que debe ser usted más
cuidadoso a la hora de proclamar a la inspiración divina y al Espíritu Santo
como asistentes de la Iglesia Católica, porque si su declaración fuese cierta,
que no lo es, estaría usted implicando a Dios y al Espíritu Santo en la
culpabilidad de haber creado una Santa Inquisición que persiguió, encarceló,
torturó y quemó en la hoguera a millones de inocentes seres humanos cuyo único
delito fue creer en ese Dios y en ese Espíritu Santo que usted con tanto
fundamentalismo ha querido revelarme.
Las críticas, cuando se hacen, deben de ir acompañadas de los nombres
de quienes las desarrollan, pues cuando la crítica no es anónima puede incluso
forjar santos. Todos sabemos que San Ignacio de Loyola llegó a ser santo
gracias a que en su larga convalecencia, para combatir el aburrimiento, leyó la
Vita Christi, una obra que romanzada por Fray Ambrosio de Montesinos y
escrita por el Cartujano, obró el milagro de convertir al soldado en
sacerdote y al sacerdote en santo. Todos sabemos esto, como digo, pero lo que
muy pocos de nosotros conocemos es cuál es realmente el contenido libro. Como
aquí no puedo transcribir toda la obra, citaré solamente algunos trozos del
capítulo 68 que trata «de la ambición y codicia desordenada de honra y
otros defectos de los clérigos y religiosos». Estas son las palabras de su
autor, y las cito con la esperanza de que si usted nunca las ha leído, pueda
leerlas y, quizás, quien sabe, convertirse en un santo de verdad para que
desista de aparentarlo a costa de anónimos insultantes.
«...Algunos desordenados amadores de estas honras, como apasionados
consejeros de sí mismos, determinan de las procurar so color de ganar ánimas y
que puedan mejor entender en la salud de los otros...»
«Otros males lleva consigo la ambición. El primero es que procuran
muchas veces ser promovidos y tomados para los regimientos eclesiásticos, por sí
mesmos y por otras personas, antes que sean llamados por la gracia de Dios...»
«El segundo mal es que muchas veces los amigos carnales son tomados y
habidos por mejores que otros más
virtuosos y más dignos, en la colocación de los beneficios...»
«El cuarto mal es que ninguno apenas se contenta con beneficio solo, lo
cual es en perjuicio y daño de los otros clérigos. El maestro Filipo tenía
varias prebendas, y ni en el lecho de muerte quería dejarlas. Pero poco después
de morir se apareció al obispo Guillermo y le dijo que por eso Dios le había
condenado...»
«Ansi que, por las cosas ya dichas, parece algún tanto en cuál y cuánto
peligro está hoy el estado de los clérigos y cuántos escándalos vienen por
ellos. Del patrimonio de la Cruz de Cristo sustentan mancebas, ceban perros y
enjaezan caballos. Y cuánta persecución levantan y despiertan en la Santa
Iglesia...»
«Jamás ha perseguido el diablo a la Iglesia tanto como hoy, nunca
nuestro adversario Lucifer persiguió la iglesia primitiva por mano de tiranos;
y persiguióla cuando fue creciendo, por mano de los herejes. Mas agora que
permanece sobre la cumbre de su prosperidad, persíguela por ilícitos
movimientos y desordenadas cobdicias y torpes gestos y malos deseos. Esto es lo
que hoy muestra el estado de la Iglesia. En ninguna parte hay tanta soberbia,
tanta ambición e inmoralidad como entre los clérigos y prelados. Donde San Jerónimo
dice: “Como la soberbia sea vicio muy propio a los demonios o a las mujeres, y
los vicios carnales a las bestias brutales, y la avaricia a los mercaderes, de
todos estos tres vicios se fizo un monstruo de espantosa fealdad, que es el
mal clérigo...”»
Si por casualidad es usted clérigo, aplíquese esta máxima de San Jerónimo,
pues no es buen clérigo quien injuria con maledicencia amparado en el
anonimato, ya que si alguno cree ser religioso y no refrena su lengua, se engaña,
porque su religión es vana (Sant. 1,26).
Y si no es clérigo, y sí un buen católico, como quiere hacerme creer,
lea usted de vez en cuando el evangelio. En él encontrará usted cosas tan
extrañas a sus sentidos como esta: «Deponed ya todas esas cosas: la ira, el
enojo, la maldad, la maledicencia y las palabras torpes... Despojaos del hombre
viejo con todas sus obras y revestios del hombre nuevo, de aquel que se renueva
según la imagen de su Creador (Cor. 3,8-10).
Si como vislumbro han dirigido ustedes sus anónimos hacia mí sin haber
leído el libro, porque en ningún momento advierto que hagan mención del
contenido y sí del título del mismo, les hago saber que hemos decidido
enviar el libro a cuantas personas estén interesadas en adquirirlo al precio
que marca su editorial y sin absolutamente ninguna clase de gastos de envío.
Quizás así puedan leerlo y darse cuenta de que no deben ustedes buscar la
gloria insultando, provocando ni envidiando la libertad de los demás, ya que el
que mezquinamente siembra mezquinamente cosecha.